Comentario
CAPITULO XV
Que trata de las causas de la enemistad que obo entre los
tlaxcaltecas y los culhuas tenuchcas y de las hazañas de Tlahuicole
Habiendo, como hemos referido, continuas guerras entre tlaxcaltecas y mexicanos, eran también continuos los reencuentros y escaramuzas entre unos y otros, ansí para ejercitar la milicia como por si en algún tiempo Moctheuzoma los pudiese conquistar y hacellos sus tributarios, aunque tienen por opinión algunos contemplativos, que si Motecuhzoma quisiera destruir a los tlaxcaltecas lo hiciera, sino que los dejaba estar como codornices en jaula, porque no se perdiera el ejercicio de la guerra y porque tuvieran en qué emplearse los hijos de los señores, y también para tener de industria gentes con que sacrificar y servir a sus ídolos y falsos dioses. Lo cual no me puedo persuadir a creer por muchos respectos: porque si ansí fuera, no tomaran tan de veras la demanda los señores de esta provincia para ir contra los mexicanos, como fueron en favor de los cristianos; lo otro, por donde se entiende, es por la enemistad que se tenían, que era mortal y terrible, pues jamás trabaron parentesco ninguno los unos con los otros, ni por casamientos, ni por otra vía alguna la quisieron, antes les era odioso y aborrecible el nombre de mexicanos, ansí como a éstos el nombre de tlaxcaltecas, porque se sabe y es notorio que en todas las demás provincias emparentaban los unos con los otros. Y ansí, es de creer que pues Nuestro Señor fue servido que por mano de estas gentes se ensalzase su santo nombre, que la guardó y tuvo guardada para instrumento de tan heroica y santa obra, como es la que hemos visto y desde aquí en adelante diremos.
Estando en este continuo cerco y perpetua guerra, siempre se cautivaban los unos a los otros y jamás se rescataban ni se redimían sus personas, porque lo tenían por grande afrenta e ignominia, sino que habían de morir peleando, mayormente los capitanes y personas calificadas, de las cuales no se servían, sino que antes morían sacrificados o peleando a manera de gladiatores romanos. Y es ansí que como oviesen algún prisionero de valor y cuenta, lo llevaban en medio de una plaza, donde tenían una gran rueda de más de treinta palmos de ancho de cada parte, y en medio de esta gran rueda otra menor, redonda, que servía de altar, como de un codo de alto del suelo, de la cual se ataba una muy grande soga y larga que no pasaba de los límites de la rueda mayor. Finalmente, al miserable prisionero le ataban con esta soga, a manera de toro que se ata en bramadero, y allí le ponían todos los géneros de armas con que se podía defender y ofender para que pudiera aprovechar de las que más gusto le diesen. Dábanle rodelas, espadas, arcos, flechas y macanas arrojadizas, porras de palo engastadas en ellas puntas de pedernales, y, puesto en este extremo, se cantaban cantares tristes y dolorosos. Mas el miserable hombre con esfuerzo y ánimo, como aquel que pensaba ir a gozar de la gloria de sus dioses, ansimismo se componía y, estando atado, salían a él tres o cuatro hombres valientes a combatir con él, y hasta que allí moría peleando no le dejaban, y ansí se defendía con tanto ánimo que algunas veces mataba antes que muriese más de cuatro. Aquí se probaban las fuerzas de algunos hijos de señores que salían aviesos e incorregibles, y probaban sus venturas otros por adiestrarse o por perder el miedo de la guerra.
Acaeció en los tiempos [en] que ya los españoles se acercaban en su venida (y aún quieren decir que en aquel propio año) que prendieron los de Huexotzinco uno de los más valientes indios que entre los tlaxcaltecas obo, que se llamó Tlahuicole, que quiere decir "El de la divisa del barro", y era [por]que siempre traía por divisa una asa de un jarro, el cual era de barro cocido y torcido como una asa. Este fue tan esforzado y valiente que, con solo oír su nombre, sus enemigos huían de él. Fue de tan grandes fuerzas que la macana con que peleaba tenía un hombre bien que hacer en alzarla. Este quieren decir que no fue alto de cuerpo, sino bajo y espaldudo, de terribles y muy grandes fuerzas, que hizo hazañas y hechos que parecen cosas increíbles y más que de hombre. De modo que, peleando, donde quiera que entraba mataba y desbarataba de tal modo [la] gente que por delante hallaba, que en poco tiempo desembarazaban sus enemigos el campo. Finalmente, que al cabo de muchas hazañas y buenos hechos que hizo, le prendieron los huexotzincas atollado en una ciénega y, por gran trofeo, lo llevaron enjaulado a presentalle a Moctheuzoma a México, donde le fue hecha mucha honra y se le dio libertad para que se volviese a su tierra, cosa jamás usada con ninguno.
Y fue esta la ocasión que como Moctheuzoma andaba en pretenciones de entrar por tierras de los tarascos michoacanenses, a causa que le reconociesen con plata y cobre que poseían en mucha suma y los mexicanos carecían de ella, pretendió por fuerza conquistar alguna parte de los tarascos. Mas como Catzonsí en aquellos tiempos reinaba, y fuese tan cuidadoso de conservar lo que sus antesores habían ganado y sustentado, jamás se descuidó en cosa alguna. Y ansí fue que hecha una muy gruesa armada por los mexicanos, al dicho Tlahuicole, prisionero de Tlaxcalla, se le encargó por parte de Moctheuzoma, la mayor parte de esta armada para hacer esta tan famosa entrada a los michoacanenses, la cual se hizo con inumerables gentes, y fueron a combatir las primeras provincias fronteras de Michoacan, que son las de Tacimaloyan, que los españoles llaman Taximaloa, Maravatío y Acámbaro, Oquario y Tzinapécuaro. Aunque esta tan grande entrada se hizo a costa de muchas gentes, que en ella murió de la una parte y de la otra, puso terrible espanto a los michoacanenses, no les pudieron entrar ni ganar cosa alguna de su tierra, a lo menos trajeron los mexicanos plata y cobre de la que pudieron robar en algunos reencuentros y alcances que hicieron en seis meses que duró la guerra, en la cual Tlahuicole hizo por su persona grandes hechos y muy temerarios, [y] ganó entre los mexicanos eterna fama de valiente y extremado capitán.
Venido de esta guerra de Michoacan, Moctheuzoma le dio libertad para que se volviese a sus tierras o que se quedase por su capitán, el cual no quiso aceptar ni lo uno ni lo otro. No quiso quedar por capitán de Moctheuzoma por no ser traidor a su patria; lo otro [por]que él no quería volverse a ella por no vivir afrentado, pues que se tenía por afrenta cuando ansí eran presos en la guerra, sino que habían en ella de vencer o morir. Y ansí, pidió a Moctheuzoma que no quería sino morir y que, pues no había de servir en cosa alguna, le hiciese merced de solemnizar su muerte, pues quería morir como lo acostumbraban hacer con los valientes hombres como él. Visto por Moctheuzoma que no quería sino morir, mandó que se le cumpliese su demanda, y ansí fue que ocho días antes que muriese le hicieron muy grandes fiestas, bailes y banquetes, según sus antiguos ritos, y entre estos banquetes que le hicieron quieren decir que le dieron a comer ¡cosa vergonzosa y no para contada! la natura de su mujer guisada en un potaje, porque como estuviese de asiento más de tres años en México, la mujer que más quería le fue a ver para hacer vida con él o morir con su marido. Y ansí acabaren los dos en su cautiverio. Idos al sacrificio, el desventurado Tlahuicole fue atado en la rueda del sacrificio con mucha solemnidad, según sus ceremonias [y], peleando, mató más de ocho hombres e hirió más de otros veinte antes que le acabasen de matar. Al fin, al punto que le derribaron, le llevaron ante Huizilopuhtli y allí le sacrificaron y sacaron el corazón, ofreciéndoselo al demonio, como lo tenían de costumbre. Este fue el fin del miserable Tlahuicole de Tlaxcalla, el cual no fue de los muy principales, sino un pobre hidalgo que por sola su valentía y persona había tenido valor, y si no fuera preso llegara a ser muy gran Señor en esta provincia.